Villa de Verín: el encanto verde que no querrás perderte

Villa de Verín

Si hay algo que me queda claro después de haber hecho (y seguid haciendo) tantos viajes, es que no hace falta irse muy lejos para sorprenderse.

Mi pareja y yo llevamos años recorriendo rincones de toda España (y más allá), buscando siempre esa mezcla entre autenticidad, buena gastronomía y paisajes que te invitan a parar, respirar y desconectar.

 

Y fue así como, casi por casualidad, llegamos a la Villa de Verín, en la provincia de Ourense

Verín es de esos sitios que, si no te los recomiendan, igual ni te planteas visitar. Y es un error.

Porque lo tiene todo para enamorarte si te gusta la naturaleza, la historia y, sobre todo, ese ritmo lento y silencioso que tanto echamos de menos cuando vivimos con prisas.

 

La llegada: el primer contacto con Verín

Llegamos a Verín a finales de febrero, justo en plenos carnavales, lo que fue un acierto absoluto.

Para nosotros, viajar con lo mínimo es un estilo de vida. Mochila ligera, ropa cómoda y muchas ganas de dejarnos sorprender. Esa filosofía encajó a la perfección con Verín, una villa donde todo está cerca, donde puedes ir andando a casi cualquier parte y donde la gente te saluda sin conocerte.

Nada más llegar, nos alojamos en una casa rural a las afueras. Hay muchas opciones, de todas formas. Encontramos hoteles y algún hostal en el centro, pero a nosotros nos tira más lo sencillo y lo tranquilo. Incluso consultamos en el Hotel Villa de Verín, que, al estar en pleno centro era muy cómodo, y nos asesoraron con todo lujo de detalles. Pero, al final, nos decantamos por otras opciones que se adaptaban mejor a lo que esperábamos encontrar.

Además, dormir rodeados de verde siempre es un plus. Si prefieres estar en pleno centro, hay opciones cómodas y bastante asequibles, aunque en fechas clave como el Entroido es mejor reservar con tiempo.

 

Cultura y tradición: el alma de Verín

Si hay algo que define a Verín es su Entroido. He vivido muchos carnavales en distintas ciudades, pero esto es otra cosa. Aquí no es solo una fiesta, es parte de la identidad local. Los cigarróns, con sus máscaras imponentes y sus trajes cargados de historia, son el alma del carnaval. Verlos caminar por las calles, con ese sonido constante de los cencerros que llevan a la cintura, es una de esas cosas que te quedan grabadas.

Lo que más me sorprendió fue ver cómo participa todo el pueblo. No es solo un desfile o una celebración puntual, es una semana entera donde cada día tiene su propio ritual. Desde las comidas populares, hasta los bailes en la plaza, pasando por los disfraces improvisados y el ambiente que se respira en cada rincón. Es imposible no contagiarse de esa energía.

Si puedes elegir cuándo venir, febrero es la época perfecta. No solo por el Entroido, también porque es cuando más viva está la villa. Pero si prefieres algo más tranquilo, el otoño es espectacular para hacer rutas por la zona sin aglomeraciones.

 

Naturaleza: el verde que lo envuelve todo

Uno de los motivos por los que acabamos en Verín fue, sin duda, la naturaleza. Nosotros somos de los que no entendemos un viaje sin meter alguna caminata o algún rato de desconexión al aire libre. Y aquí hay opciones para aburrir.

El Parque Natural do Invernadeiro, a unos kilómetros, es una de esas joyas poco conocidas. No es el típico parque masificado, al contrario. Hay rutas bien señalizadas, zonas donde puedes parar a hacer un picnic y unas vistas que te reconcilian con la calma. Aunque no se puede entrar así como así, porque necesita autorización previa, merece la pena organizarlo con tiempo.

Más cerca de la villa, hay paseos fluviales que siguen el curso del río Támega. Nos encantó hacer el tramo que pasa por el Balneario de Caldeliñas, porque combina naturaleza con historia y, además, puedes darte un baño en aguas termales si te apetece.

 

Minimalismo viajero: menos es más

Algo que nos encanta de sitios como Verín es que no necesitas grandes planes. Aquí todo fluye. No hace falta llevar un itinerario cerrado, ni reservar actividades con meses de antelación. Lo mejor es dejarse llevar. Caminar por el casco histórico, pararse en una plaza, charlar con algún vecino que te cuenta la historia de su calle… Son esas cosas sencillas las que te conectan de verdad con el lugar.

Nuestra forma de viajar, con poco equipaje y sin expectativas rígidas, encajó perfecto. Aquí no hay que correr para verlo todo, ni tachar listas interminables. Verín es para vivirlo despacio, para saborear cada momento. Y eso, cuando viajas mucho, se agradece.

 

Qué comer: placer sin prisas

Hablar de Verín sin hablar de comida sería un pecado. En cada viaje buscamos probar lo típico de cada sitio, y aquí lo disfrutamos como nunca. Lo primero que hicimos fue meternos en un furancho, esos locales caseros donde te sirven comida casera y vino del año. Pimientos de Oímbra, empanada de zamburiñas, caldo gallego y, cómo no, un buen plato de carne o caldeiro.

Y el vino. Aquí el vino es sagrado. Verín forma parte de la Denominación de Origen Monterrei, y sus blancos son suaves, frescos y perfectos para acompañar cualquier comida. Visitamos un par de bodegas, que te abren las puertas encantados y te explican el proceso sin prisas ni discursos de marketing.

Eso sí, el Entroido es también la excusa perfecta para ponerse las botas. Las cenas populares, las pulpeiras en plena calle y el olor a chorizo asado forman parte de la experiencia. No hay mejor forma de integrarse que compartir mesa con desconocidos que, al segundo vaso de vino, ya son amigos.

 

Aunque Verín es pequeño, tiene rincones preciosos y con alma que merecen la pena

El Castillo de Monterrei, por ejemplo, es una visita obligada si pasas por allí. Desde arriba las vistas son impresionantes y la historia que guarda entre sus muros es un viaje al pasado. Es de esos sitios que, aunque hayas visto mil castillos, te sigue sorprendiendo. Nosotros subimos al atardecer, y fue una maravilla.

El casco histórico tiene su encanto, aunque no es especialmente monumental. Lo bonito aquí es lo cotidiano: las fachadas de piedra, las tiendas de toda la vida, las panaderías donde el pan huele a pan de verdad. Pasear sin prisa, entrar a una tasca, escuchar conversaciones en gallego entre vecinos… eso es parte de la esencia de Verín.

También visitamos el Balneario de Caldeliñas, porque nos fascina cómo en Galicia conviven el agua y la historia. Aunque no te bañes, el entorno ya merece la pena. Hay una mezcla entre decadencia y belleza que nos encantó, y que te hace imaginar cómo debió ser en sus mejores tiempos.

 

Pero además de esos, hay otros lugares que descubrimos y que también merecen una visita:

  • Iglesia de Santa María la Mayor: Es la iglesia principal de Verín, y aunque no es una catedral impresionante, tiene ese encanto sencillo de las iglesias gallegas. Su torre destaca sobre los tejados del centro y, si te fijas, en su fachada puedes ver detalles que te hablan de la historia de la villa. No somos especialmente religiosos, pero nos gusta entrar a estos sitios porque siempre cuentan algo.
  • Puente Romano de Tamagos: A un par de kilómetros del centro, te encuentras con este puente de origen romano que cruza el río Támega. No es enorme, pero tiene ese aire antiguo que te hace pensar en cuántas personas habrán cruzado por ahí a lo largo de los siglos. Nos pareció un sitio perfecto para sentarse un rato y escuchar el agua, sobre todo al final del día.
  • Las Termas de Cabreiroá: Cabreiroá no es solo una marca de agua famosa en toda España. Está aquí mismo, a las afueras de Verín, y puedes visitar el manantial. Hay un parque alrededor donde la gente va a pasear o a hacer deporte, y además hay una fuente pública donde puedes probar directamente el agua que brota de la tierra. Nosotros llenamos un par de botellas, y no sé si es sugestión o realidad, pero sabe diferente.

 

Sí o sí, es imprescindible que volvamos a lo esencial

Verín nos recordó algo que a veces olvidamos cuando viajamos: no hace falta llenar el día de planes y tenerlo todo bajo control para pasar un viaje inolvidable y único.

A veces, es mejor ir a la aventura, dejarse llevar… y que te sorprendas por el camino. A veces basta con caminar sin rumbo, con probar un vino en un bar donde no conoces a nadie, con ver cómo un niño se disfraza de cigarrón mientras sus abuelos le explican lo que significa.

Nosotros, que solemos buscar destinos más turísticos, nos dimos cuenta de que los sitios pequeños tienen un encanto que no se mide en monumentos o en estrellas Michelin. Se mide en cómo te hacen sentir, y Verín nos hizo sentir en casa.

Si buscas un lugar auténtico, donde la naturaleza y la cultura se mezclan sin artificios, dale una oportunidad a Verín. Vengas en carnaval o en cualquier otra época, lo que encuentres aquí no lo vas a olvidar.

Compartir

Más comentados

Marketing hotelero, conoce más…

La industria de los hoteles, como ocurre con otra serie de mercados, precisa de estrategias de marketing para el fortalecimiento de los proyectos. Hotel-up.es, desde sus conocimientos en marketing de

Scroll al inicio